La integración del inmigrante: una cuestión más allá del idioma

En este espacio, quiero relatar las experiencias que me han tocado vivir y observar de los primeros pasos que damos los inmigrantes al llegar al extranjero. Una de ella es aprender otro idioma, cosa que puede llegar a ser un tormento para muchos. Hablo para aquellas personas que desean profundamente aprender el idioma del país de acogida, pero se les hace cuesta arriba, ya que nunca han aprendido uno, y como parece una meta tan alta, muchos dejan de insistir y sienten vergüenza por no avanzar según las expectativas de otros.


Para los señores y señoras que critican a los inmigrantes por no hablar el idioma, no es que sean flojos. No comprendo la insistencia de comentarios como esos, tan poco inteligentes, cuando todos sabemos que la razón a un problema no se condensa en una sola oración. Desde la psicolingüística un factor determinante para la adquisición de la lengua en contexto de inmigración es la capacidad de resiliencia, es ese tener agallas para caminar de cara al fracaso y la adversidad. Esta virtud de valentía ha sido denominada como “GRIT” por la investigadora Angela Duckworth, por lo que ser “gritty” significa una persona que gracias a su perseverancia puede alcanzar una meta aparentemente incumplible.


Creo que la inmigración en general es una gran experiencia de resiliencia. Si uno no la ha adquirido antes, entonces la vida de acá te la enseñará de todas maneras. En el caso del lenguaje, las barreras mentales son las que más cuestan superar. Hay quienes llegan al extranjero con más treinta años y no pueden aceptar el “desperdiciar” sus valiosos años laborales en tan solo estudiar un idioma. Otros se sienten incapaces de verse a sí mismos vulnerables a las correcciones de otros, o de mostrarse menos inteligentes de lo que son en una conversación en un idioma que no dominan. Hay otros casos en lo que la primera experiencia con la cultura fue tan negativa que se resisten inconscientemente a hablar el idioma. En cambio otros, piensan que como algún día volverán a su país de origen, no es algo urgente, especialmente si es un idioma tan particular, con pocos hablantes, como el neerlandés. Está de más mencionar los casos de refugiados que se ven forzados a emigrar y a integrarse lo antes posible. Así, hay muchas razones más allá de la motivación o la flojera que influyen en la toma de decisión, y es penoso que las escuelas de lengua se enfoquen en contenidos y no apunten hacia esos conflictos internos de los aprendices.


Tomando suficiente distancia de mi proceso de adquisición de la lengua, creo que lo mejor para aprender un idioma del cual no sientes una atracción intrínseca, es hacer algo que te apasione en el idioma que quieres aprender. En mi caso, aprender sobre pintura, música y otros temas en inglés y en neerlandés fue muy útil, porque así el idioma no era la meta final, sino más bien una herramienta para llegar a lo que quería. De esta manera, te verás forzado a aprender vocabulario específico de lo que estudies (que aunque no lo crean, es más fácil que el de la calle), y a la vez podrás socializar con otros en el idioma, así también practicas vocabulario básico. 

El idioma entonces es un primer paso para ser parte de una comunidad, o al menos, a sentirse parte de. Sin embargo, me di cuenta que para crear esa conexión social se necesitaba mucho más que solo la adquisición de una lengua. Ya que Bélgica es muy internacional, sufrí bastante luego de algunos años con el darme cuenta de que todos nosotros, incluyendo profesores, amigos, colegas, y vecinos, pasábamos de ser un rostro personal y único a un rostro culturalmente plural luego de un cierto momento del diálogo con el otro, ya fuera belga o extranjero. Es decir, de enfocarse en los intereses de la otra persona, o sus problemas y necesidades, se pasaba directamente a preguntas que apuntaban a la nacionalidad de la persona: ¿Qué comen los chilenos? ¿Cuáles son sus costumbres? ¿Cómo son ellos? y se entra en un cúmulo de comparaciones interminables: los belgas son así... los chilenos son de otra forma... más fríos o cálidos, felices o no tanto, directos o menos directos, más o menos abiertos...etc. 

Esta actividad dialógica se me asemejaba a una cebolla que se debía pelar capa por capa cada vez que uno quería encontrar a alguien. Cada una de esas capas era un aspecto más de tu cultura, y si tuvieras suerte de encontrar a alguien lo suficientemente paciente, tendrías la oportunidad de mostrar por fin el corazón de esta cebolla, que no era ni más ni menos que tú mismo. Esta forma de socialización no me daba más que esta sensación de no-pertenencia; esa idea de que todos éramos pasajeros en este espacio aeropuerto, como lo es Leuven, la ciudad donde viví mis primeros años en Bélgica. Por lo tanto, la conexión social era muy propicia para conocer culturas, pero muy agobiante para mí que siempre acostumbré a tener conversaciones en las que intentábamos reflexionar sobre la vida y resolver problemas personales. 

La conciencia de que aquí no era el "lugar real" en el cual queríamos vivir para siempre hacía que las personas tampoco pusieran mucho esfuerzo en crear una amistad verdadera. Todos parecían muy enfocados en sus propósitos, daba la sensación de que muchos hacían contacto con las personas según la utilidad que les proporcionaban en sus planes, o incluso una sensación de que te llamaran para reunirse solo por estar aburridos en casa. Y para seguir aumentado esta negatividad, todos se volvían abogados que interrogaban al recién llegado sobre su situación actual y sus ambiciones. Por supuesto, detrás de esa pregunta tan constante, siempre hubo un ánimo de confirmar si ibas en buen camino y de comparar si tu vida no estaba tan cagada como la del otro. 


En ese entonces no pude encontrar esa acogida genuina, sincera. Luego, cuando por fin pude crear amistades, verdaderas amistades, de esas que te sientes como si fueras a casa cada vez que te encuentras con ellas, fue cuando comprendí que la conexión social se crea en tu círculo pequeño que te rodea, y eso se construye poco a poco. La verdad, es que ya pasaste por ese proceso de crear amistades en tu país de origen, solo que no te diste cuenta, probablemente, porque siempre seguimos la inercia de la vida cuando aún vivíamos en la normalidad de nuestros países de origen. 

Para concluir, no se agobien, gente inmigrante, si aún no son capaces de superar esos bloqueos mentales, no se atormenten, más bien, trabajen en ellos... y no hay mejor primer paso que el detectar qué es lo que te está pasando, qué es lo que te está frenando de aprender el idioma. Y cuando por fin seas consciente, podrás convencerte a ti mismo del mejor camino a tomar. 

Si quieres leer algunos de mis poemas escritos durante este periodo, que son parte de mi libro "A la luz de una vela ajena: poesía de una extranjera", aquí te dejo el link.





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