La depresión del inmigrante: cuando la libertad se vuelve una jaula
Hay un tipo de inmigración sobre la que me interesa dar testimonio, la cual está conformada por personas que han llegado a otro país por circunstancias externas y que no han sentido una motivación intrínseca hacia la cultura / la lengua / el país de acogida. Por lo tanto, aquí excluyo a aquello que vienen ya con planes de atender inmediatamente responsabilidades laborales o académicas.
¿Cuáles son las primeras sensaciones que nos provoca pisar tierra extranjera? El viaje es una forma de morir. Un transmutarse en el contacto con lo nuevo. Primero hay una sensación positiva de libertad dada por el anonimato: eres radicalmente nadie. Esta primera experiencia de libertad sigue siendo positiva, ya que aún mantienes la ilusión de que tú sigues siendo ese conjunto de cualidades que conoces de ti (sea lo que sea que te defina: tu profesión, tu experiencia laboral, tus estudios, tus conocimientos, tu dedicación, tu responsabilidad, etc.) y por tener esa seguridad aún virgen acerca de ti, piensas que conquistarás todo lo que te propongas. Sin embargo, algunos no tardan en darse cuenta de que aquí no cuenta quién fuiste ni qué hiciste, particularmente en el caso de venir de países menos desarrollados. Es entonces cuando la libertad muestra su cara contraria. Pasas del anonimato a ser invisible. Totalmente aislado de cualquier círculo social, donde el ritmo del tiempo continúa sin ti.
Domingo obstinado
La vida devela su secreto,
aunque poco a menudo
domingo a domingo me veo caminar por la acera fría
de basura y hormigas
salgo cuando la ciudad entera se recoge como en un manto de sueño
no hay vida tras esas ventanas
suelo decir
si hay un día en que la ciudad no se entera de lo que hacemos
es en un día como éste:
domingo sin prisa
por el eco de mis pasos, pierdo las ansias que tengo
he salido con la idea de encontrar a alguno de mis pocos conocidos
quiero divagar con alguien de la vida
me disculpo con nadie:
la noche ya se fue a dormir y aún es temprano para las citas
camino, recibo el polvo sacudido por los hombres al limpiar los bares
nada mejor que caminar para calmar mis pasos porfiados
y en una esquina la resignación me detiene
aún no queda nadie para mí
aquí, donde soy una extranjera
(Vestari, 2016)
Entonces hay varias respuestas frente a este primer improvisto. Según lo que he visto a mi alrededor, me he dado cuenta que aquellas personas que vienen ya acarreando ciertas dificultades emocionales desde sus países, con vidas poco resueltas, o con problemas psicológicos no tratados, tienden a recaer igual o peor a como venían. Es natural, muchos se han mantenido de pie gracias a que tenían una rutina a la cual aferrarse. Pero aquí se verán obligados a convivir consigo mismos sin nada que los identifique (no se escucha tu música en la radio, las calles son extrañas, no conoces las tiendas, ni un médico general). Estos inmigrantes son literalmente una torre que se desploma al quitarle uno de sus bloques que la sostiene. Luego, he visto a otras personas que mantienen su apariencia íntegra frente a los demás, pero que también incurren en hábitos destructivos a la hora de estar a solas. En ambos casos, les tomará mucho tiempo superar esta etapa. El primer tipo de inmigrante le costará restaurar esos problemas que están tan arraigados en su vida. Al segundo tipo también le costará avanzar, ya que no es capaz de reconocer que algo anda mal con ellos.
Sin embargo, pienso que nadie de nosotros, los inmigrantes, se escapa de experimentar un estado depresivo, en el que cuesta levantarse porque no hay nada allá afuera esperándote; en el que el cansancio y el sueño extremo ganan todas las batallas y que, por lo mismo, tu corazón va anidando una culpa grande consigo mismo, por no poder ser esa persona que fuiste cuando recién llegaste. Y pasan los meses, no llegas ni a reconocerte; eres un otro extraño; un día despiertas como Gregorio Samsa del libro La metamorfosis: como un insecto pegado a su habitación.
La soledad es multitud
Las historias que transcurren
las más relevantes
son aquellas que nunca ocurrieron en su totalidad
de diálogos que nunca se dijeron
la soledad viene plagada de voces
esas palabras que se quedaron estancadas en la garganta
como un feto que no quiso salir
esas palabras con las que quisimos borrar
la tan inmensa distancia que nos separa
el abrazo
la soledad es esa añoranza y desazón
de lo que aún no nos atrevemos a abrazar
(Vestari, 2016)
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